Unidos por la sangre y el orgullo de ser comandos GOE
Quito.- ¿Sería capaz de poner “el pecho a las balas”? Sí, responde el comando de 50 años, sin titubear. Añade enseguida, “cómo no hacerlo si lo vi nacer”. Se trata del sargento primero Mario Fernández cuando se refiere a su hijo, con el que no solo comparte su código genético, sino su nombre y hasta su peligroso trabajo.
A ambos se los encuentra en las instalaciones del Grupo de Operaciones Especiales (GOE). Cuando se pregunta por ellos, siempre la respuesta es padre o hijo. Desde hace dos años a más de familiares son ‘bodys’ en la unidad de élite. Mario padre comenta que tener un hijo comando es un orgullo, una satisfacción y también una preocupación, que nunca se la esperó.
De niño lo llevaba a los eventos castrenses del GOE, pero el muchacho nunca le dijo que quería ser policía, el gusto de servir y proteger estaba en su sangre. Cuando cumplió 21 años y era estudiante de Educación Física le confesó que entraría al curso de formación y que luego al curso de comando. En ambos casos, el padre se convirtió en su mentor.
Trotaban, realizaban flexiones de pecho y hacían barras al mismo ritmo e intensidad. En el momento de la graduación el padre colocó la boina negra a su hijo, distintivo de los agentes especiales y sus vidas cambiaron para ellos y para la señora Lucía, que desde entonces espera en la puerta de su casa a sus dos amores, su esposo y su hijo.
Es que el reloj camina lento cuando son las dos de la mañana y los Fernández irrumpen con fusiles y pistolas los domicilios de los delincuentes más peligrosos de la capital, a la voz de ¡Alto Policía! La amenaza de fuego cruzado toca la cinco sentidos de los comandos, en cada uno de sus operativos.
Por ello, para el padre es inevitable observar el chaleco antibalas de su hijo y pensar que si un proyectil saliera en dirección de él, no dudaría en cubrir la mortal trayectoria del destino. Bien tiene en afirmar Mario que el dolor de perder a un hijo es el más intenso y difícil de superar, que nunca se arriesgaría a sentirlo.
Mario hijo tampoco se imagina la vida sin su padre que fue uno de los fundadores del GOE, más aún cuando ha sido su ejemplo y su inspiración. “Siempre me contaba sus historias de rescates e incursiones y me hacía junto a él, y ahora cumplí el sueño”.
Sin embargo, el camino no es fácil, lejos quedó aquel niño que hacía travesuras y era reprendido, ahora es un hombre con responsabilidades y su padre como jefe de patrulla no vacilaría en llamarle la atención o ‘mochilearle’, que consiste en trotar durante una hora con todo el equipo puesto, incluido el fusil.
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Para los Fernández la dinastía continuará en el GOE. El nieto Fernández de siete años sueña con vestir el camuflaje de su padre y abuelo. De hecho, juega a los policías y ladrones con sus amigos y primos, “el valor no se improvisa”, comentan los comandos.
Las alarmas suenan en el Grupo y los Fernández se disponen a operar, entonces inicia un ritual que pocos tienen la oportunidad de observar. Padre e hijo se funden en un abrazo eterno y enseguida la caricia de una bendición paterna toca la cabeza del uniformado. La mano de Mario no está posada sobre el policía de un metro ochenta, sino sobre el niño que le dijo “papi quiero cambiar el mundo como tú”, y lo está haciendo. OR/Redacción Quito.
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